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¿A quién defienden los sindicatos que subsisten en la Autónoma?
Martes, 03 Enero 2017 , Escrito por
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Aportes para la reflexión de Antonio Donado Tolosa, Phd en educación.

De los tres que hoy actualmente existen, solo SINTRAUAC tiene un pasado meritorio, aunque todos nacieron del incesto este afilió a casi la totalidad de los profesores de tiempo completo y a una parte importante del personal administrativo y de mantenimiento. La fuerza que detentó fue clave para defender nuestra universidad de quienes quisieron entrar a saco o tomarla como barco a la deriva, al momento del encarcelamiento de la exrectora, señora Guete. Y, lo que es más destacable, jugó un rol clave en el advenimiento de la actual administración. Resalto este hecho a manera de ejemplo de lo que se puede lograr a través de una labor sindical con objetivos superiores.

Sin embargo, la inexperiencia hizo perder la perspectiva a la mayoría de sus directivos, quienes pretendieron cooptar las decisiones del señor rector, perdiéndose así la oportunidad de innovar con una instancia representacional, capaz de asumir los objetivos misionales de la universidad, y trascender el pobre carácter de tramitador de quejas. Por ello, no resultó extraño que las primeras decisiones tomadas por este sindicato, en la etapa post-crisis, fueran de confrontación abierta al señor rector, doctor Ramsés Vargas Lamadrid.

Así se instaló entre nosotros la división y la desconfianza, poco sonora en los primeros dos años, cuando la mayoría sintió que no necesitaba la protección sindical, mientras los salarios y demás obligaciones fueran honrados con regularidad infaltable por parte de la universidad. Pero, desde cuando esta normalidad empezó a resquebrajarse, las desvencijadas instancias sindicales, que se mantenían como reducto de pequeños grupos para protegerse del despido, encontraron la oportunidad para montarse en un discurso de denuncia a nombre de los ideales del fundador, doctor Mario Ceballos.

Después de esta introducción, ya se puede entender el sentido de la pregunta de este escrito, y me permite pasar a intentar una respuesta, que solo me compromete a mí, ya que no represento a nadie más que a mí mismo, con la autoridad moral que mis actos merecen de los lectores que me conocen.

En los actuales momentos, los tres sindicatos se refugian en la denuncia de las fallas de que adolece nuestra universidad, minimizando el alcance de las mejoras en la infraestructura y las acciones rectorales para ubicar en sitio destacado la imagen de la universidad, y los logros palpables en materia de docencia e investigación, extensión e internacionalización.

Los sindicatos han encontrado en el deterioro de la liquidez de la universidad una muestra de lo que llaman malos manejos administrativos y financieros, hasta el punto de insinuar dolo y desvíos de los dineros, y hasta daño patrimonial de la universidad. Sin embargo, las autoridades de vigilancia del Ministerio de Educación no han encontrado en los registros y soportes contables respaldo alguno para tales denuncias. Pero, esas piedras lanzadas al río de la opinión pública lesionan la imagen de la universidad en momentos que esta más la necesita, para sustentar sin sombras de dudas sus condiciones para la acreditación institucional.

Viéndolo con valentía, si se considera como una victoria haber interrumpido el proceso de acreditación con tales denuncias, estamos ante una dirigencia sindical mezquina y de corta visión, además soberbia e irresponsable ante el valor del trabajo de todos, porque al fin y al cabo lo que el Ministerio de Educación evalúa es el trabajo de los docentes, investigadores, administrativos y personal de servicio, y que a pesar de las dificultades la mayoría realizamos con sentido de pertenencia y compromiso, movidos por la confianza de los estudiantes, sus familias, la sociedad y el Estado, quienes a la larga son los jueces de lo que hacemos.

Una acción sindical consciente del sentido del trabajo debería recapacitar ante la desproporción entre el daño que ocasiona y la pobre representatividad que encarna. Es hora de cambiar la estrategia por una que esté a la altura de lo que significa actuar en el seno de una institución universitaria, en la que se supone todos estamos en la obligación de utilizar la razón como herramienta de análisis y persuasión.

Estamos en una situación de suma cero, en la que los contendores equilibran ganancias con pérdidas, sin que ninguno gane, y más bien se desaten amenazas para la estabilidad de la universidad.

Los sindicatos deben primero reconocer su situación de debilidad estructural, situación que se refleja en lo poco o nada que han logrado en térrminos reivindicativos, y la ausencia de entusiasmo que la mayoría siente a la hora de pensar en la afiliación. La multiplicación de sindicatos en una misma empresa siempre se percibe como una señal de debilidad, y esto es más notorio en nuestra universidad donde existen tres con menos de 60 afiliados en su conjunto.

A los directivos de la universidad les recomendaría que sean más flexibles y dejen sin fundamento el argumento de que la baja afiliación a los sindicatos obedece a las acciones de las autoridades universitarias que la desalientan o abiertamente amenazan con despido a quien lo intente.

Es necesario romper este clima de enfrentamiento estéril, y encauzar las energías en los objetivos que son de la esencia de nuestra condición universitaria, entre los que la buena administración de los recursos financieros es muy sensible, porque ellos de por sí son escasos.

La mayoría de los profesores, por lo que conozco, han decidido dar un voto de confianza a las promesas de regularización de los pagos a partir del segundo trimestre del año que se inicia, y los compañeros que trabajan en administración y servicios reconocen que ellos tienen prelación en el programa mensual de pagos.

No conviene a una institución universitaria ampararse en una pax romana, por la sencilla razón de que así se cierran los circuitos del pensamiento libre y la multiplicidad de enfoques. A esto se debe aspirar siempre y cuando los actores sean conscientes de que el clima organizacional de una universidad se nutre del diálogo respetuoso y digno, en el que no se utiliza el sometimiento ni la humillación del contrario como arma de argumentación.

Los directivos se equivocan en la cacería de brujas como estrategia para debilitar lo que consideran cuatro gatos. Es cierto que la defensa de la universidad los obliga a observar y a desanimar las acciones en contra de la misma, pero debe pasarse a una estrategia positiva, que no sería otra que el respeto y la promoción de instancias de representación laboral eficientes tanto en términos reivindicativos como en la equidad ante los intereses comunes de toda la comunidad universitaria. Aprender a administrar los asuntos del derecho laboral con esta perspectiva resulta lo más apropiado en una universidad, superior actitud a la crispación emotiva que se produce con el intercambio de comunicados que oscilan entre la ofensa y la defensa, con lo que pierden su poder de convencimiento.

Si nuestra universidad cree en las formas democráticas, resulta un contrasentido vivir desgastándose en una riña permanente con pequeños reductos de trabajadores que se aferran a sus parapetos de sindicatos a fin de proteger su derecho al trabajo. En un clima sin perturbaciones de la serenidad académica sería más legítimo reclamar los deberes que obligan a estos compañeros, entre los cuales se destaca el compromiso con la acreditación institucional, porque en ello nos jugamos nuestra permanencia y mejoramiento en un mercado cada vez más competitivo.

Hay que parar esta carrera descendente por la pendiente de los derechos y deberes, cuando la dirección correcta apunta en el sentido del ascenso por la vía de las condiciones de la calidad docente, investigativa y administrativa, de las que depende nuestra permanencia en la oferta regional y nacional de la educación universitaria.

Unámonos en torno a este propósito de la acreditación, y dejen los sindicatos la pretensión de ser los líderes de unas bases que en su mayoría les desconocen, y los directivos de la universidad administren más centrados en la calidad de sus acciones que en la retórica que agiganta enemigos de por sí débiles y que pudieran neutralizarse con la voluntad mayoritaria de defender la universidad como fuente de nuestro trabajo y meta de nuestros sueños de convertirla en una de las más importantes de la región y del país. Las mayorías de la universidad vemos en la acreditación una meta valiosa que le daría lustre al trabajo de todos,
Y ello explica mejor la comprensión de sus distintos estamentos, en especial la de los profesores, catedráticos y de tiempo completo, ante las dificultades económicas, que en gran parte obedecen a la voracidad monetaria de la señora Gette.

Hoy, todos, pero en especial el señor rector y su equipo, debemos entender que no hay espacio para las equivocaciones ni las improvisaciones, menos aún para la mediocridad, y si ello implica restructurar el trabajo, para que el resultado de la acción mancomunada de docentes, administrativos y personal de servicios tribute a una comunidad académica como la que se necesita para lograr la acreditación institucional, sería un imperativo moral hacerlo, así con ello haya que afectar intereses particulares de quienes no han demostrado que poseen la idoneidad profesional ni la personalidad que esta empresa de renovación y excelencia académica continúan demandando.

Los sindicatos deberían aprovechar este clima de renovación para su propia reconversión como órganos al servicio de la excelencia en todos los frentes del trabajo que se realiza en la universidad. Cambiar la pugnacidad argumentativa por la reflexión creativa, transición en la que pudieran cualificar el liderazgo y la formación de sus cuadros, a fin de apropiarse de un discurso más cónsono con la naturaleza y fines de una institución universitaria, que en fin es el marco de sus acciones reivindicativas.

Por otra parte, es necesario señalar que es urgente un cambio de chip en la mente de algunos, con algún grado de poder, para que respeten el trabajo como un derecho y abandonen la postura feudal de señores que por su bondad y generosidad disponen de la vida de los otros mediante la concesión graciosa de una oportunidad laboral. En esa dinámica es muy difícil generar una conciencia de responsabilidad por la calidad de lo que se hace, porque las relaciones clientelares sólo demandan anuencia e incondicionalidad sin importar los objetivos trascendentes o misionales de la universidad.

En ese microclima ha prosperado un tipo de personaje que me resulta detestable, me refiero a quienes demuestran lealtad a sus superiores mediante el espionaje y la delación de quienes él califica de sospechosos. Esta práctica es causa de decadencia moral cuando es estimulada por las personas con un nivel importante de autoridad en la organización.

En fin, la universidad nos reclama una reconversión de mente y espíritu, para potenciar un liderazgo sostenido en la calidad profesional o de oficio como en la idoneidad moral. No son recomendables los atajos cuando los fines son de tanto calado humano, como lo es la formación de profesionales universitarios para el liderazgo que la región caribe y Colombia en general están requiriendo. Esto nos obliga a ser lo más objetivos posibles, porque las realidades se transforman asumiéndolas desde lo que representan y son, y hoy hay que reconocer que la controversia sindicatos-directivos está muy cargada de toxicidad y que tal contaminación amenaza con extenderse al conjunto de las relaciones en el seno de nuestra universidad. O los tres sindicatos asumen el alcance de lo que son en su carácter infinitesimal, o las mayorías debemos demostrar más activamente que existe en nosotros una voluntad de proteger la universidad del aventurerismo venga de donde venga.

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